sábado, abril 17

La Colorada

Veamos, la imaginación es el poderoso aliciente para aquellos que buscamos escapar de una realidad,una realidad tan interesante como un yogurth haciéndose tibio en la mesa del desayunador.


Imaginar te transporta a donde quieras ir, y puede llevarte hasta donde seas capaz de mantener el pensamiento que los reyes magos sí existen.


Más de una vez me han dicho " esque tienes demasiada imaginación", ¿es posible tener demasiada imaginación? yo, la verdad, digo que no; como tampoco escapar de la realidad no debe tener sólo cognotaciones negativas.


Triste es ver como al compás de cada nueva arruga en el ceño fruncido, se pierde de poquito en poquito la capacidad de asombro y a poder llenarse con las cosas simples. Cosas como que al entrar al banco alguien te mire a la cara, sonría y te diga un básico ¡Buenos Días! , escuchar una canción que no esperabas en la radio, reírte con un comercial así lo hayas visto una y otra vez, o con un chiste bobo.... o un cuento.



La Colorada

Capítulo I

Por Cris Medina


Tenía apenas 16 años y Amalia se llamaba, cada vez que sentía algo se ruborizaba sin control. No importaba si era enojo, dolor, felicidad, desesperación, vergüenza o miedo ella se ponía roja sin poder hacer nada. Amalia jamás podia esconder nada, todo se notaba en su cara, ella siempre sentía algo... siempre estaba colorada. Pareciera que ese grito ahogado al nacer jamás se borro de su rostro, su madre había muerto cuando ella nació y muchos decían que por eso había salido roja, seria la sangre que jamás se lavará de haber matado a su madre.

Colorada le decían los de su familia, Coloradita le decía su papá. Para Amalia era difícil cualquier situación, hasta un día en el que nunca más se puso roja y no por que se haya curado sino que había aprendido a no sentir nada con nada. Su cara sin expresión y su mirada perdida se habían convertido en una cotidianedad para poder sobrevivir en un mundo donde ella diferente.

Trabajaba en un pequeño café donde sólo iban personas mayores así que no hablaba mucho más allá de los pedidos. La escuela no era un lugar para ella, asistía, pero ya no sabia que era peor si ponerse roja a cualquier provocación o tener una mirada vacía. Si alguien se atrevía a hablarle inmediatamente agachaba la cabeza y se escabullía rápidamente.

Pero todo cambio una espantosamente calurosa tarde de abril, Amalia veía hacia afuera contanto los segundos para salir de su clase de álgebra e irse pavorosamente de la escuela sin cruzar palabra con nadie, otra vez, para llegar a su trabajo. Ella tenia costumbre de caminar viendo hacia abajo, sólo se dio cuenta hasta quedar en el piso que había chocado con otra persona la entrada del café, y esa era la Señorita Vargas una señora cincuentona, completamente despistada, de cabello corto y vestida siempre como si aun fueran los setentas, dicharachera y altiva. Ahí estaban las dos con los pies al cielo pero la Señorita Vargas riendo incontrolablemente y Amalia roja cual manzana con torpeza se levantaban del piso.

-¡Ay mi niña! , perdoname... nunca me fijo por donde voy. Yo creo que se me descompuso la brújula cuando era joven y me la pasaba con Lucy en el cielo de diamantes.-

-¿En donde...o que? -

-Olvidalo mija, olvidalo. ¿Cómo te llamas? -

-Amalia - Estaba aun rojísima. -

-Bueno Amalia, tu debes ser la mesera de aquí. Yo soy la Señorita Vargas. Señorita no soy, pero como no me case pues se me quedó. Mira como es que estas tan roja, déjame prepararte algo que soy la nueva cocinera de este lugar. -

Fueron hasta la cocina, a Amalia se le habia pasado su cara de manzana y La Señorita Vargas empezó a mover ollas, cazuelas, los ingredientes volaban, el horno encendido y comenzaba a oler esquisitamente dulce a chocolate, canela, clavo, mantequilla... a todo pero Amalia inmutada y sentada en un rincon de la cocina.

- He terminado - La Señorita Vargas ofrecío un plato de un trozo de chocolate con otras cosas que Amalia no supo distinguir, a regañadientes tomo el tenedor y probó un pequeñísimo pedazo de aquel postre.... y entonces...

Amalia cerró los ojos, comenzó a ver colores brillantes que bailaban como el bocado se movia dentro de su boca, musica se oia en su mente todo daba vueltas hasta que abrió los ojos y sin darse cuenta habia acabado con cada trozo de ese plato. Inmediatamente se toco la cara para sentir si estaba caliente, así era, estaba ardiendo de semejante manjar que comió.

-Pero mirate, toda colorada te pusiste... ¿te ha hecho daño?-

- No para nada, es sólo que hace tanto que no sentía algo tan rico... era como alegría y otra cosa, eso mismo que siento cuando me enseñan fotos de mi mamá. Me da mucha pena que la gente me vea roja, cuando siento cualquier cosa así me pongo. Soy un chiste caminante.-

- Pero que tontería más grande, no permitirse sentir nada sí es el mayor chiste que he escuchado, de ahora en adelante antes de que cualquier platillo salga a menú tu lo vas a probar y haremos que el mundo sienta que su mundo se mueve con cada pedazo que se meta a la boca.-

- Pe..pe...pero.-

-Pero nada, tú me vas a enseñar a mí la sensibilidad de la comida y yo a tí la pasión por vivirla. Aquí no habrá más que tú, la cocina y yo.-
Continuará...

6 comentarios:

  1. una vaguectomia solucionaría su problema, saludos

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  2. ¿Y donde dejamos a la Señorita Vargas?

    No todo tiene solución de bisturí, diganselo a mi sinusitis.

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  3. en mi mundo existe solo una imagen de unos cachetes de manzana, los cuales espero jamas desaparezcan de mi memoria y aunque puede ser para la dueña de esos cachetes una situaicon bochornosa, para mi esa invitacion para ser amiga de todos, es como un sosten grande, como un humor negro, como unos twinkies en el oxxo, una llave de carro rota y bomito en el morelos, simplemente inseparable de mi vida

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  4. Jajaja, me la imagine en el papel de señorita Vargas.
    Esperemos más hisorias llenas de sabor y emoción.
    Me gusto!

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  5. No al bisturí. Sí a la Vargas.

    Claro que sí a la comida.

    Muy bien. Seguiremos leyendo.

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  6. Carnalito Pe-recioso:

    Pos´n que le digo,tanta cosa en más de 12 años de mi vida que aste ha visto...

    Deja mis sostenes en paz...

    Silvana:
    No, la Señorita Vargas sí existe fuera de mí... es tan real como mis cachetes de manzana sin rubor.

    Pepe:
    Ah... la comida, placer al alcance de todos.

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